lunes, 7 de julio de 2008

El retrato de Dorian Gray... si, no, no sé.

Haría cualquier cosa por recuperar la juventud, excepto ejercicio, levantarme temprano o ser respetable


Hace un par de días terminó de pasar por mis manos y ojos El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde después de un largo período de idas y venidas contando olvidos por días enteros, enfermedad, finales y otras yerbas. Sin embargo no atribuyo estar intermitencias a factores internos, hago un mea culpa; dicho libro no desperto los anhelos más internos de ávida lectura que hay en mí. Por pasajes me aburrió y me perdía, me reconquistaba en algunos capítulos para posteriormente sentir indiferencia ante el final que no logró acumular la suficiente tensión narrativa a mi manera de ver. Sin intenciones de dar un juicio categórico a un clásico universal de la literatura, atribuyo gran parte de la culpa a la traducción ya que fue una edición barata que compré en mi último viaje a Buenos Aires. Reconozco que por $8 (un peso y pico más de lo que te sale el viaje Punta Alta-Bahía Blanca ida y vuelta) no estoy en una posición valedera de quejas y que, además el pobre Oscar no tenía ninguna obligación de entretenerme por más que mi lectura haya sido de pasatiempo en esta ocasión. También admito que si me hubiese topado con este libro en mi adolescencia la asimilación hubiera sido diferente (seguro que me aburría en los mismos pasajes en los que me aburrí pero que me impactaban mucho más las partes interesantes).

Y esta crítica que hasta ahora suena superficial y sin rigor literario (debería avergonzarme dada la naturaleza de mi carrera) y que sin duda lo es, viene a colación de un personaje en particular, quien, puede decirse, desencadena toda la acción, Sir Henry Wotton. Raras veces uno se topa con un personaje mejor armado, mejor delimitado y que despierte sentimientos tan contradictorios. Personalmente, me cae muy mal, es cierto. Esa pedantez y racionalidad unida al frío cinismo de las clases acomodadas británicas del SXIX dudo que se ganen simpatías lectoras. En este sentido, Sir Henry tiene muchas similitudes con algunas configuraciones típicas de escritores franceses como Balzac por citar alguno. La frase introductoria a esta entrada le pertenece y es un golpe de ingenio toda ella. La influencia perniciosa que ejerce prontamente en Dorian es el disparador para toda la acción. Él mismo afirma que es más importante ser una persona interesante a ser aburrido y en otro pasaje le resulta preferible ser bello y joven a bueno. A pesar de ser un motor intelectual activo durante toda la obra sin embargo sobre el final se ven con más claridad sus grietas y fallas. Siempre racional, es incapaz de adivinar el terrible crimen que ha cometido Dorian (o prefiere no hacerlo?). En los capitulos finales quien otrora fuera elemento activo de la acción se presta a la función de un bufón disminuido, hilvanando frases y teorías pendientes de una racionalidad exagerada que tienen el efecto completamente opuesto que en un comienzo: ridiculizarlo. Después de todo, es la dignidad lo único que le queda a pesar de que su esposa se hubiera escapado con el amante, a pesar de ser viejo y añorar las victorias de antaño.

Bien, no me extenderé demasiado sobre esto, principalmente porque no es una crítica demasiado aguda o certera, sólo una lectura un tanto superficial y dado que estamos en el mes opinólogo, algo tenía que comentar.

Ahora pasé a los Diálogos de Luciano de Samósata a ver si puedo escribir algo como la gente. Pero esta vuelta para la Universidad je!.

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