sábado, 15 de octubre de 2011

De niños chamuscados y literatura infantil.

Hace un par de años cuando cursé Literatura Escandinava como materia/seminario aparte, me quedó grabado a fuego aquello que dijo el profesor que

Los cuentos de Andersen no son recomendables para los niños

En la actualidad, cuando mi niña interna escucha Rammstein, trae a la memoria esta frase y de pronto se pone a indagar (y sí, por qué no, siendo tan curiosa de boludeces), encuentra una canción que le trae a la memoria estos cruentos cuentos. Su nombre, Hilf mir o Ayudame, narra la desafortunada aventura de un niño que se prende fuego al jugar con una caja de fósforos mientras su madre no estaba en su casa.


Aquí el video con letras en alemán y español para el amado público.
Prosigamos.
Por supuesto que semejante tema no es para nada extraño en la temática del grupo. Aún así, me temo que este tema se inspira en un cuento infantil escrito por Heinrich Hoffmann en el SXIX. A continuación inserto la debida traducción:

'Die gar traurige Geschichte mit dem Feuerzeug' (La Trágica historia de Paulina y los Cerillos)

Los papás de Paulinita
la dejan sola en casita
La niña corre, jugando
con su muñeca y cantando,
hasta que -¡Oh, maravillas!-
ve una caja de cerillas.
"¡Qué juguete! ¡Qué bonita!",
-dice, al verla, Paulinita:
"Voy a probar a encender,
como mamá suele hacer"
Pero Mina y Minz, las gatas,
alzan a la par sus patas
y chillan:
"¡Ay, miau, miau, no, no, Paulina!
¡Terminarás quemadita!"
Paulinita desatiende
el buen consejo, y enciende,
como se ve en la figura,
la cerilla -¡ay, qué locura!-
mientras salta de contento,
sin descansar un momento.
Pero Mina y Minz, las gatas,
levantan, locas, las patas:
"¡Tu mamá te lo ha prohibido!",
le dicen, con sus maullidos:
"¡Ay, miau, miau, no, no, Paulina!
¡Terminarás quemadita!"
Las llamas -¡ay!- han prendido
en la manga, en el vestido,
la falda, la cabellera;
¡Se quema la niña entera!
-¡Ay!- Mina y Minz, las gatitas,
¡cómo chillan, criaturitas!
"¡Auxilio!, ¡Ayuda, por favor!
¡Arde la niña, oh, pavor!"
"¡Miau, miau, traigan agua!
¡Qué espanto! ¡Miagua, miagua!"
La niña -¡qué gran tristeza!-
ardió de pies a cabeza.
Quedaron sólo cenizas,
y rojas, dos zapatillas.
Y Mina y Minz, las gatitas
lloran, lloran ¡pobrecitas!
"¡Qué tragedia, miau, miau miau!
¿Cuándo vendrán, papáu, mamáu?"
Y derraman, tristemente,
de lágrimas un torrente.

No le va en desmedro, verdad?

Si repasamos la literatura infantil de esa época, recordamos el profuso amor de estos autores por el fuego... o la falta de él, como La fosforerita. El soldadito de plomo se funde en la hogera, la sirenita se suicida. Después de tanto dulzor artificial de Disney, estos finales no nos parecen tan malos... o es que estamos tan quemados de la cabeza como la gente de esa época? Pienso, luego, aso...

Hay que reinventarse cada día uno mismo. Félix Menkar


Propósito para una tarde naranja de otoño: convertirse en camaleón. Llorar por la belleza robada, por las lunas de Orión y la tragedia humana. Desplazarse bajito sin molestar a los idiotas del disimulo, por si se enteran y te descubren diluyendo la cultura en los territorios del arte. Poco te puedo decir, no me queda tiempo, estoy continuamente hablando. Habito entre depredadores; tengo pocas esperanzas de establecer pactos con ellos. La civilización reniega del progreso y éste reniega del concepto de existencia. Los humanos creamos armas para matar los sueños y también losas para enterrarlos. Educación para la morralla y libertad para los recluidos mentales, victimas de la intolerancia de los normales. Me miro en el espejo y descubro en lo que me has convertido, indigno manipulador, príncipe de la infamia, abomino de tu existencia mediocre. Si, castígame por mi insolencia, por mi osadía; te sentirás satisfecho, cumple con tu obligación, has sido educado, te han preparado para ello.
  
Félix Menkar.

viernes, 7 de octubre de 2011

Hágalo ud misma! Atado con alambre.

Si a ud. se le zafó un tendón de la espalda ya le diremos cómo arreglarlo con elementos al alcance de su mano!
Busque una venda. No tiene? algo parecido... como por ejemplo el cinturón de Taekwondo. Ya lo tiene? Envuélvase la zona afectada con el mismo.
No es suficiente. Necesita una faja. No tiene faja? Busque algo parecido. Como el corsé que usó para un casamiento bordadito con maripositas. Póngaselo arriba. Ya está? Le sigue doliendo?
Bueno, vístase como pueda y salga a comprar Diclofenac con eso puesto pero ocúltelo porque ciertamente se verá muy ridícula.

lunes, 3 de octubre de 2011

A sangre fría

Por esa morbosa curiosidad siempre me pregunté cómo sería matar a alguien. Ver las tripas o ver el cuerpo muerto... cómo reaccionaría el mío? Descompostura? Asco? Ira? De todas las reacciones posibles jamás me imaginé la indiferencia. Indiferencia para entrar en un cajero automático, robar a la embarazada y dispararle en la panza... se necesita indiferencia, ni siquiera hijaputez, indiferencia. Indiferencia para violar y matar una nena y dejarla tirada en una bolsa de consorcio negra. Indiferencia, es que ¡ay! nuestra sociedad ya es indiferente a todo; nada la conmueve, nada la toca. Indiferencia al punto de ver las atrocidades y no hacer nada. Esta mañana el micro iba hasta la chota (perdón la expresión pero es que así iba porque ninguna palabra le cabe para describirlo mejor) y tomaba, el colectivero, las curvas a toda velocidad... y nadie dijo nada, por su seguridad o la de los otros... nadie, ni yo, lo reconozco. Es que ya creo que la queja insistente pero ignorada siempre nos volvió artesanos de nuestras propias muertes y las de los demás.
Entre tanta bosta acumulada vuelvo al hecho de matar a alguien y de cómo lo puede traicionar a uno el cuerpo. Por ejemplo, en El corazón delator de Edgar Allan Poe, el protagonista es delatado por su propia psicosis y confiesa su crimen ante los policías que ni sospechaban. Por eso creo que nunca estuvo mejor aplicada la expresión "a sangre fría" puesto que se supone que no existe ninguna reacción para el asesino perfecto ante la víctima; ningún músculo que lo traicione en el acto puramente de matar.
Maté a muchas personas en mi vida y a su vez muchas me mataron; en sentido figurado, por supuesto. Pero siempre cuando te encontrás con el cadáver de alguno de ellos muy campante por la calle, la memoria nos traiciona y nos recuerda el "crimen" de expulsarlos de nuestras vidas. Y si, siempre alguna reacción tenemos; o hacernos los boludos, o correr la cara poniendo cara de orto, o esquivar la mirada. Todo se maneja con la lógica del "yo te maté, entonces te ignoro así seguís muerto porque sino te tengo que hacer volver a la vida". Pero es una voluntad de ignorar, más que de hecho. In fact, al reconocerlos y que nuestro cuerpo tenga una respuesta tal o cual, ya dejan de estar muertos y vuelven al presente y a nuestras vidas. El mejor asesinato a sangre fría es cuando esa persona ya pierde todo su derecho de sernos especial para bien o para mal y logramos que sea uno más de los mil billones de personas que habitan este planeta.
Creo que hace unas semanas hice mi primer asesinato a sangre fría con tal naturalidad que me sentí obscenamente satisfecha conmigo misma. Y como el destino es generoso con quien espera, me dio la posibilidad de matar ese cadáver dos veces en el mismo día. Logré que mis ojos vieran sin ver, mi corazón no sintiera ni odio, ni ira, ni venganza y no tuve siquiera que esforzarme por ignorarlo porque ya no era nadie para mí. Después de todo eso, sólo conseguí reírme de que yo seguía viva y que él estaba como siempre... muerto, o sea, igual que como lo dejé dos años atrás. Y tan poco importante fue que recién lo registro ahora y no en el momento y lo hago a colación de una reflexión anterior. Además, no niego el fin utilitario que es: chamuyo para una entrada de blog.
Así que, después de tantos años preguntándome cómo sería matar lo hice, por completo. Y cuál fue mi sorpresa al descubrirme que mi sensibilidad ya no se ve afectada por las muertes de los demás.

sábado, 1 de octubre de 2011

El parto difícil

Hola, por fin te conozco. Eras esa creación mía, tan chiquitita y rudimentaria que surgió de algo minúsculo pero de gran valor. De a poco fuiste creciendo, te alimenté con lecturas y críticas, con teorías y así gestaste un largo tiempo. Una vez que me pareció suficiente la espera me atreví a determinar cuál iba a ser tu sexo y así empezaste a constituir tu incipiente carácter, tu forma, tu gracia. Me ocupé de moldearte parte por parte, esbozarte, pulirte, releerte, mi chiquita, tanto tanto como si fueras de porcelana y hubiera que tratarte con el máximo de los cuidados y cuidar al máximo el detalle. Luego, vino el dificultoso día de hacerte salir a este mundo. Contracciones y más contracciones. Complicaciones. Angustias, desesperaciones. Tu vida estuvo en peligro, es justo que lo sepas. Y bueno, ahora estoy aquí después de dos semanas de labor de parto, viendo cómo se asoma tu cabecita, entendiendo finalmente la forma que adquiriste, una forma completamente dispuesta por mí. Hoy por fin ya puedo ponerte un nombre, querida monografía. En efecto, te llamé "Una cuestión de principios" y de apellido te puse algo más largo todavía. Pero no podías llamarte de otra manera. Espero que seas muy feliz en tu vida y me proporciones un 10 para el Seminario LC de la orientación.