lunes, 3 de octubre de 2011

A sangre fría

Por esa morbosa curiosidad siempre me pregunté cómo sería matar a alguien. Ver las tripas o ver el cuerpo muerto... cómo reaccionaría el mío? Descompostura? Asco? Ira? De todas las reacciones posibles jamás me imaginé la indiferencia. Indiferencia para entrar en un cajero automático, robar a la embarazada y dispararle en la panza... se necesita indiferencia, ni siquiera hijaputez, indiferencia. Indiferencia para violar y matar una nena y dejarla tirada en una bolsa de consorcio negra. Indiferencia, es que ¡ay! nuestra sociedad ya es indiferente a todo; nada la conmueve, nada la toca. Indiferencia al punto de ver las atrocidades y no hacer nada. Esta mañana el micro iba hasta la chota (perdón la expresión pero es que así iba porque ninguna palabra le cabe para describirlo mejor) y tomaba, el colectivero, las curvas a toda velocidad... y nadie dijo nada, por su seguridad o la de los otros... nadie, ni yo, lo reconozco. Es que ya creo que la queja insistente pero ignorada siempre nos volvió artesanos de nuestras propias muertes y las de los demás.
Entre tanta bosta acumulada vuelvo al hecho de matar a alguien y de cómo lo puede traicionar a uno el cuerpo. Por ejemplo, en El corazón delator de Edgar Allan Poe, el protagonista es delatado por su propia psicosis y confiesa su crimen ante los policías que ni sospechaban. Por eso creo que nunca estuvo mejor aplicada la expresión "a sangre fría" puesto que se supone que no existe ninguna reacción para el asesino perfecto ante la víctima; ningún músculo que lo traicione en el acto puramente de matar.
Maté a muchas personas en mi vida y a su vez muchas me mataron; en sentido figurado, por supuesto. Pero siempre cuando te encontrás con el cadáver de alguno de ellos muy campante por la calle, la memoria nos traiciona y nos recuerda el "crimen" de expulsarlos de nuestras vidas. Y si, siempre alguna reacción tenemos; o hacernos los boludos, o correr la cara poniendo cara de orto, o esquivar la mirada. Todo se maneja con la lógica del "yo te maté, entonces te ignoro así seguís muerto porque sino te tengo que hacer volver a la vida". Pero es una voluntad de ignorar, más que de hecho. In fact, al reconocerlos y que nuestro cuerpo tenga una respuesta tal o cual, ya dejan de estar muertos y vuelven al presente y a nuestras vidas. El mejor asesinato a sangre fría es cuando esa persona ya pierde todo su derecho de sernos especial para bien o para mal y logramos que sea uno más de los mil billones de personas que habitan este planeta.
Creo que hace unas semanas hice mi primer asesinato a sangre fría con tal naturalidad que me sentí obscenamente satisfecha conmigo misma. Y como el destino es generoso con quien espera, me dio la posibilidad de matar ese cadáver dos veces en el mismo día. Logré que mis ojos vieran sin ver, mi corazón no sintiera ni odio, ni ira, ni venganza y no tuve siquiera que esforzarme por ignorarlo porque ya no era nadie para mí. Después de todo eso, sólo conseguí reírme de que yo seguía viva y que él estaba como siempre... muerto, o sea, igual que como lo dejé dos años atrás. Y tan poco importante fue que recién lo registro ahora y no en el momento y lo hago a colación de una reflexión anterior. Además, no niego el fin utilitario que es: chamuyo para una entrada de blog.
Así que, después de tantos años preguntándome cómo sería matar lo hice, por completo. Y cuál fue mi sorpresa al descubrirme que mi sensibilidad ya no se ve afectada por las muertes de los demás.

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