lunes, 30 de octubre de 2017

Hay que cortar el pasto

Hay que cortar el pasto.
¡Por Dios!
Hay que cortar el pasto.

Para que no se piensen que somos incivilizados,
unos salvajes
¡Qué horror!
que dejamos crecer el pasto hasta la altura de la cintura,
de la rodilla,
del tobillo,
de la zuela.

Hay que cortar el pasto.
Hay que domar al pasto.
¿Qué somos? ¿Dónde vivimos?
Que no nos vayan a decir indios
¡Por Dios!
Que vivimos de la naturaleza.
De la naturaleza no se vive, a ver si nos entendemos.
Se vive del dinero. Si no da dinero, no se vive.
A ver si entendemos que por cuidar acá y allá
y este barrizal y este yuyito y este bichito
no vamos a vivir de la naturaleza.

Como los indios sucios
como mi madre, cuando miraba una foto
de un nene con la cara manchada y decía
"¡Qué cara de indio!"
porque había estado jugando y ensuciándose
(probablemente en el pasto alto).

O como los hippies, esos traidores,
que seguro que están acostados en el pasto alto,
ocultándose,
para no trabajar.
Por eso, hay que cortar el pasto,
para descubrirlos a esos hipócritas,
que seguro escuchan música en su I-Phone
y seguro es en inglés, manga de soretes desestabilizadores de país.

Quién sabe qué se aloja debajo del pasto alto,
hippies, indios, toda clase de bichos.

¡Hay que cortar el pasto!
¡Por Dios!
¡Hay que cortarlo!

Aunque nos lleve una hora, dos horas, todo el día,
todos los días.
Aunque no haya presupuesto, aunque tengamos que pagar otras cosas urgentes,
nada es más urgente que cortar el pasto,
nada se compara con el cristiano deber de cortar el pasto,
de purificar esta tierra del demonio.

Por eso es nuestra tarea, señores, cortemos el pasto,
traigamos la civilización a la ciudad,
terminemos con la subversión de la naturaleza.