lunes, 12 de mayo de 2008

Memorabilia II

Cuántas cosas que uno olvida y deja relegadas por mucho tiempo. Cosas que se apilan, que ocupan espacio, que están ahí, dormidas, acumulando telas de araña, polvo. Tengo mis cuadernos de la primaria, intactos. Las muñecas sin ojos y con algún miembro menos. Todo en la despensa esperando ser resucitado un día para recobrar, si es posible, el antiguo esplendor. Cadáveres de épocas y momentos. ¿Por qué uno se empeña en guardar cosas que realmente SABE que no va a volver a usar nunca? ¿Por qué uno posterga el acomodar esos lugares, acopio de tanta materia del recuerdo?
Decidida el viernes, como bien dije, abrí el ropero donde sabía estaba un mínimo del germen de lo que soy ahora. No se me cayeron las cosas encima pero faltó poco. Mi ánimo no era acomodar, sino buscar unos libros infantiles (cabe destacar que tengo una alumnita de 7 tiernísimos años y estoy determinada, por lo menos, a entusiasmarla y motivarla con la lectura). No tuve otra opción, entre los fárragos de materias inútiles, la intervención se mostraba imperiosa.
¿Qué rasgo del carácter nos impulsan a aferrarnos a algo totalmente muerto? Considérome heredera digna de mi madre y ese anhelo de la acumulación de cosas inverosímiles para ser reusadas luego (en otras palabras lo que comunmente se denomina reciclaje) o simplemente para que ocupen lugar y saber que están ahí, con la posibilidad de caer en el olvido perfectamente ya que luego es posible volver a ellas con otros ojos y otro espíritu, con la nostalgia del pasado venturoso en el que todo fue mejor. Monumentalización de la basura, sí, eso es lo que hago.
En determinado punto del camino, sin embargo, un deseo irrefrenable de nuevos vientos me impulsa el deseo de deshacerme de esas cosas. Ardor que se vio truncado por la presencia materna y mis intenciones de no desencadenar conflictos. Esa norma que se impone y que tiene por cartel: PASADO. Pesada, llena de herrumbre y cadenas. No triunfé en mi afán de ver todo envuelto en llamas, pero sí logré desterrar gran parte al lavadero (otro punto interesante es el traslado de la basura de un lugar a otro cuando uno dice: acomodé) y dejar un espacio mucho más "civilizado". Los papeles ahora son entera responsabilidad de mi madre y yo, más liviana, puedo caminar con cierta ligereza en la marcha. Miro atrás y no puedo evitar verla sentada clasificando como loca para luego volver a reacomodar todo lo que yo saqué, nuevamente en el ropero. Deslindo mi responsabilidad de ello y que Dios la ayude.
Hace unos pocos días también, encontré un cd con fotos mías de septiembre del año pasado. Realmente me asombré. La persona que aparecía ahí me resultaba familiar pero no lograba (re)conciliarla conmigo. Siento como si hubiesen pasado al menos cinco años desde esa imagen a ahora. en sus ojos inocencia y resignación, me más chica de lo que ahora soy. Perfectamente tiene sentido, puesto que tenía 9 meses menos... pero fui testigo de una separación más grande. Vivía en un sistema de creencias cerrado y autosuficiente... asfixiante. Acá está la verdadera vida dura y vacía... allá estaba la apatía y el conformismo.
El pasado es lo que nos hace ser hoy, el pasado debe uno cargarlo consigo. Es inútil dejarlo encerrado o confiárselo a las cosas. El pasado es aprendizaje; no hay aprendizaje si se olvida, pero tampoco hay aprendizaje si uno se ata al recuerdo y no decide levantar los ojos en algún momento. A tirar todo, a quemar las cosas, a vivir el instante. Una nueva época trae derrumbes e incertidumbre. Pero lo que ahora se ve como algo doloroso e infecundo, mañana habrá sido la base del resto de nuestras vidas.

pd: pucha, eso último suena a libro de autoayuda.

1 comentario:

Nicolás dijo...

CUIDADO QUE AHÍ VIENE BUCAYYYYY!!!!!! OH!!!!!! EL HORROR!!!!!!! TE VA A AFANAR TODOOO!!!!!!