domingo, 21 de marzo de 2010

La estilogía del ebrio. 1. El factor "qué me calienta"

30 días de dieta sin alcohol y uno comienza a observar esos hábitos que tiene el ebrio habitual y que uno mismo, como ebrio o, ex ebrio temporalmente, también ha tenido pero se ha acostumbrado a verlos como algo natural... o simplemente no se acuerda de la noche alcoholizada en cuestión. Por lo tanto, salir un sábado con la boca seca, lo deja a uno pensando seriamente sobre esta cultura que gira en torno de la bebida, la salida, el sexo y la droga. Bueno, me fui al carajo con los últimos dos, quedémonos en la relación natural y casi necesaria de: festejo o salida/alcohol.
Pero primero quisiera hacer una alusión al título. Estilogía sé que no existe, pero como he dicho varias veces antes, este es mi blog y si quiero inventar palabras... que así sea. Con este neologismo estoy intentando reunir varias cosas a la vez, ya sea; modus vivendi, formas de hablar, de caminar, habitos comunes, etc. Por lo tanto, lo que se pasará a analizar en estas entradas (que pretenden ser más de una, con suerte) será toda la cosmología del borracho, tanto cuando está bajo los efectos de Baco, como cuando no. Dese un ejemplo:

A: Hay muchos limones

B:Qué copado podemos hacer...

A:Lemon Pie

B: Sí... o yo decía, capaz, lemoncello.

En cuanto a lo que figura a modo de subtítulo, El factor "qué me calienta", paso a explicar. Creo que una de las características principales del borracho es esta cualidad. Cuando uno está mareadito o "alegre", le importa verdaderamente muy poco cualquier fenómeno externo a él por lo que lo aborda desde una óptica lúdica y casi desfachatada. Así sea un velorio o la cena de navidad con los suegros. El borracho le asigna una relevancia nimia ya que está demasiado ocupado intentando mantenerse en pie y acallando las voces internas que hacen chistes de cualquier cosa que ve u oye. Por lo tanto, el ridículo no es nada, la percepción del espacio del otro es prácticamente inexistente y realmente lo que sucede alrededor y lo que en un momento de sobriedad hubiéramos hecho de la manera más seria, adquiere una ridiculez tal que nos es imposible no reirnos de eso. Sé que no tengo que hablar con extraños... bah, qué me calienta, vamos pa'delante. Sé que no tengo que cruzar por cualquier lado... uh, que me esquiven los autos loco! soy peatón, me corresponde! Sé que ese culo no lo debo tocar... pero en la muchedumbre quién se va a dar cuenta de que fui yo??
Y debe ser por esto mismo que uno sale y se da más cuenta de las cosas cuando no tomó, y ve chicos apetecibles a los que ni se le ocurre acercarse (cosa que ebria, una hubiera hecho como lo más normal). Debe ser que la etiqueta forzada que pone la sociedad sobre la frente, esa que dice "desesperada", nos hace autoconvencernos de que no somos de carne, de que no tenemos deseos y de que no nos corre sangre por las venas. A tal punto que llegamos al cúlmine de la abstinencia con tal de no ser la puta... por más que no nos caliente lo más mínimo lo que piensen los demás. Y sigo pensando por qué me resulta no sólo vergonzoso sino degradante tener que hacer un primer movimiento... que no haré nunca por mi misma naturaleza! A menos que esté ebria... y hasta por ahí nomás. Verán, el factor "qué me calienta" tiene ese doble filo también. Por un lado, realmente hacemos cosas que no haríamos porque perdemos la profundidad del espectro y algo que es complejo por todas sus implicaciones sociales se reduce a una nimiedad. Por otro lado, nos sirve de excelente excusa "Ah, no me acuerdo, estaba en pedo". Finalmente, salir con más o menos alcohol no es una diferencia cualitativa, sino que, cuando no tomamos, estamos más conscientes de las limitaciones y dominaciones sociales, incluso un sábado a la noche.

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