jueves, 2 de diciembre de 2010

Rammstein versionado

Versión 1 de fan que estuvo en campo:


Versión 2 de suplemento Si!, "Iluminados por el fuego":


Till Lindemann y los suyos convocaron el sábado a más de 30.000 personas en Avellaneda. Sin pantallas, mucha oscuridad, llamaradas, pirotecnia y un sonido demoledor. ¡Hasta el truco de incendiar a un fan sobre el escenario!
Los alrededores de Racing eran filas y filas de fieles cultores del color negro. Corsets, remeras y medias de red, pantalones vinílicos, borcegos, pelos teñidos y muchas, pero muchas, remeras de Rammstein.

El Cilindro de Avellaneda con una larga sangría rockera a cuestas (Los Redonditos en 1998) y con chapa de cuna de masivas convocatorias religiosas, aunó devoción y sonidos estridentes el sábado con la vuelta de Rammstein, devotos del fuego, la pirotecnia explosiva. Y la polémica.

Antes de los alemanes, como aperitivo asomaba el crédito local con Bloodparade. El grupo de electro-rock tocó seis temas en media hora (todos de su último disco State of Trance) donde su cantante Brenda Cuesta agitó la tarde-noche académica con poder y un sonido más que aceptable para una banda soporte.

Baja un telón gigante y comienza la espera para la llegada de Rammstein, una hora y veinte minutos donde varios de los que se iban acomodando en las plateas o los que poblarían el campo ya intuían que había que agudizar el ojo. Sería un show sin pantallas (a pedido de la banda) para no distraerse del despliegue visual del sexteto germano. Una bruma asoma entre la masa sudada cuando el agua a presión refresca.

Se apagan las luces y se encienden las pantallitas de los celulares. Suena la intro y cae el telón negro que deja ver una gigante bandera alemana, antesala para la detonación y comienzo de Rammleid, primer tema de su flamante Liebe ist Für Alle Da. Las miradas están clavadas en él, en Till Lindemann el corpulento vocalista que lleva puesto un overol negro y un delantal (tipo carnicero) de cuero rojo que ¿combina? con las plumas rojas alrededor del cuello. Y el primer truquito del grupo viene de las fauces del cantante con esa lamparita diminuta, pegada a su paladar, que ilumina cada entonación.

El grito en masa de ¡Ramm-stein! intimidó a las nubes amenazantes que se fueron con la tormenta a otra parte. El escenario-tumba (una gran caja negra), esconde llamaradas, detonaciones y luces frenéticas que parecen rastrear objetivos militares. EnBückstabü ya Till muestra su pose característica encorvandose para adelante y pegándose con el puño el muslo derecho. El tecladista Christian "Flake" Lorenz se mueve torpemente desde su traje espejado mientras los dos violeros (Paul Landers y Richard Kruspe) están clavados, flanqueando a Lindemann, mientras observan robóticamente a la masa.

Al minuto del tercer tema (Waidmanns Hail) un asistente entra al escenario, le habla al oido a Till y éste deja de cantar y se va del tablado. Así comenzó uno de los momentos de tensión del show. ¿Desajustes de sonido (pasaron varios temas hasta que se acomodó)? ¿Problemas con los fuegos artificiales? ¿Algún herido?. No. El vallado del lado derecho se desplazó, por la presión de la gente, lo que obligó detener el show unos 15 minutos hasta que se solucionó el inconveniente.

Esto sumado al grito de "¡La luz, La Luz!" -para que apaguen algunos sectores del estadio que estaban iluminados- y los goles que Racing le metía a Banfield esa misma noche (y se festejaron en el estadio antes del show) resultó un mix atípico para este tipo de eventos. La oscuridad que se reclamaba resultó cómplice para que muchos, que estaban en una de las populares bajas, saltaran al campo y entraran corriendo mientras desde algunos sectores de la platea lo festejaban con aplausos (¿?).

Volviendo al show, el escenario se tiñe de rojo para llegar al disco Mutter con Feuer Freiy las máscaras-lanzallamas que aparecen en escena. Los violeros apuntan entre sí hacia Till mientras la voz expande su lengua flameante al público. Lindemann se arrodilla ante la batería y una imponente detonación marca el final del tema. Una vulgar demostración de poder (visual y sonoro) que se repetiría con Mein Teil cuando Lindemann -enfundado como un carnicero loco y ensangrentado- enciende una olla gigante con un lanzallamas mientras el tecladista baja con un traje que destella y parte de la pirotecnia del escenario cae y lo persigue, obligándolo a recorrer el escenario de punta a punta. Rammstein es una banda que calcula detonaciones y explosiones al milímetro sin dejar nada al azar. "Entrenamos para ello show tras show junto a los ingenieros de efectos especiales", nos contaría Lindemann horas después.

Otros de los puntos a destacar del show fue cuando en Benzin (en medio de lenguas de llamaradas que salen del escenario) Till tiene un surtidor de nafta que lanza fuego y un falso-fan sube al escenario levantando los brazos y festejando. Lindemann lo incendia por "error" mientras un asistente lo persigue y lo trata de apagar con unas mantas. Si antes no lo viste en You Tube te quedás con la duda. ¿Accidente? ¿Morbosidad?

Para Du Hast (de lo más coreado de la noche) dos cometas pirotécnicos se eyectan del escenario y estallan contra las torres laterales de sonido. Rebotan y vuelven a colapsar en la parte superior de la estructura principal. De lo más grosso de la noche en efectos, comparable con los confettis (papel picado) que salen de unas mangueras ubicadas en la entrepierna de los músicos (ver lista de temas y los efectos de cada uno) para el polémico y censurado tema Pussy. Till dice en español "Levanten las manos" y la gente obedece en masa. Luego harían la primera pausa (pautada) de la noche luego de trece temas palo y palo.

Para los bises asoma Sonne (con detonaciones desde el foso de los fotógrafos inclusive), Haifisch (Tiburón) en el cual no utiizaron el gomón sobre el cual el bajista Olivier navega entre el público. Y en el hipnotizante Ich Will (de lo mejor de la noche) donde tiran la casa por la ventana con las detonaciones de los 16 cañones y una gran explosión a la altura de la batería. El sonido no bajó su nivel en todo el show.

La segunda parte de los bises viene con sorpresa cuando suenan los primeros riff deIch tu dir Veh del último disco y varios cometas iluminan el estadio por completo. Un flash. El tema se interrumpe ("fue planificado, solo hacemos la primer parte", le diría luego al Sí! el guitarrista Paul Landers) y de toque se engancha el pegadizo Te quiero puta (del disco Rosenrot) con un Till que canta en castellano arrastrando la erre con esa impronta tan personal. La banda se despide y, aunque hicieron un set con ocho temas de su último disco y solo uno (Du Hast) del exitoso Sensucht, no se oyeron muchas quejas de la falta de clásicos como Muter, Engel, Sensucht, Bestrafe Mich, Rise Rise o Amerika.

La demolición sonora-visual en la cual sucumbió Racing por dos horas dejó extenuado el aliento a la queja. Y los músicos quedaron impresionados por la fidelidad nacional. "Esperaba no más de 15.000 personas. Son muy locos. En un año y medio volvemos", reveló el cantante al Sí!. Ojalá.

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