miércoles, 27 de enero de 2016

Sueños de hospital

Hace tiempo que pienso esta entrada y no me animo a escribirla. En parte porque no sé si lo que voy a plasmar va a expresar exactamente todo lo que tengo adentro, o quizás se me escape algo, o simplemente fracase en el intento de dar forma a lo informe, deforme, poliforme, multiforme y monstruoso que es, para alguien  -para mí- el proceso de la muerte de un padre. También, existe el pavor que se siente de revivir todo el derrotero, el pensamiento, el fondo profundo de la cuestión, remover, como en una marejada, algo que ya estaba asentándose. Sin muchas pretensiones, entonces, siento hoy, luego de haberme puesto a llorar en el medio de la planificación del curso de Italiano III para este año, luego de un mes y casi medio de sentirme vacía de palabras, que no lo puedo posponer más.
La peor pesadilla que tuve sobre la muerte de mi padre no sé si ha logrado ganarle a la realidad, pero fue ésta: estaba echada sobre un ataúd y lo golpeaba y gritaba desesperada, sabiendo que adentro estaba él, rota de dolor. Creo que recordé ese sueño el día que lo enterramos. Estaba agachada con mi mamá, mirando el cajón, desde una perspectiva que bien podría haber sido estando yo acostada sobre él o a punto de hacerlo. Echamos los jazmines y cerraron el nicho. Yo le prometí (como si me escuchara) cuidar de mamá, mamá le prometió cuidar de las gallinas (las cuales perecieron después de una semana para convertirse en un escabeche, ya que mamá se acobardó pronto de agacharse a buscar los huevos "sabés, ya me conocen y me buscan porque saben que les doy de comer" "papá decía que se comían entre ellas a pesar de que las alimentaban, empezaban por el culo"). ¡Los jazmines! Los jazmines que empezaron a florecer la semana que lo internaron y dejaron de hacerlo la semana pasada. También fue la semana en la que se armaba el arbolito. El 8 fue un día de mierda, papá se la pasó convulsionando cada diez minutos y cada vez que iba a pedir un refrigerante (para bajarle la fiebre) a enfermería veía el arbolito en la puerta, como si nada, como si la vida continuara, lo mismo las enfermeras que me atendían con una sonrisa y yo pensaba dos cosas: 1. esa heladera la habrá donado mi papá? se habrá imaginado que algún día iría a parar acá y a necesitar los congelantes enfriados por ESA heladera? 2. sonríen porque no pueden estar tristes como estoy yo, porque sufre, porque se muere. Mamá también armó un arbolito y un pesebre al lado de la cama. Usó las revistas viejas que estaban dando vuelta por ahí, mientras lo cuidaba. La cuna y el niño Jesús parecían una macumba, hasta ella se reía de lo horrible que estaban. El árbol estaba un poco más presentable. Al final, dejamos al "niñojesúsmomia" en el cajón de la mesa de luz para que alguien más lo encontrara y se hiciera las preguntas respectivas y nos pudiéramos reír al respecto, reír de una situación que no tiene nada de gracioso, pero de la cual hay que reírse igual, porque sí, de morbosas nomás. Esa semana también asumió el nuevo presidente y recuerdo escuchar a las viejas que cuidaban a otro enfermo que hablaba pavadas (el enfermo, pero también las viejas) en la cama de enfrente. Decían que se había reunido con el presidente de EEUU y que estaba bien, que había que llevarse bien con EEUU. Irónicamente, pensé, siendo mi papá tan de derecha (y a pesar de no haber ido a votar en las últimas elecciones), no está consciente para ver el nuevo triunfo del neoliberalismo. Todo eso le suma una capa adicional de asco a todo el asunto. Por suerte, o por desgracia, no sé, mientras en Facebook se la pasaban hablando pelotudeces sobre política, yo estaba con esto y leía los comentarios como desde una nube de pedos. No entendía mucho nada de lo que pasaba a mi alrededor y podría decirse que desde el 8 estuve en un estado de embotamiento que me duraría varias semanas (calculo que hasta Navidad). Este peculiar modo de ver todo como a la distancia, en particular me ayudó la noche en la que lo cuidé. El enfermero que me acompañó me quería hacer tomar mate o café para estar despierta y yo no quería estar más consciente de lo que ya estaba. Era demasiado para mí, enfrentarme a una realidad tan asquerosa y repugnante. Finalmente, los ataques cesaron y me acosté un rato a las 3 a.m. Su respiración me tranquilizaba y me despertaba cuando no  lo oía. Al volver las convulsiones, me quedé despierta. Por suerte fueron dos o tres y siguió durmiendo. Antes de eso y para poder olvidarme de que estaba ahí, me puse a charlar con el cuidador, Krankenpfleger pensaba yo, porque a esas horas y con tanta mierda en la cabeza, lo primero que se le ocurre a una son las etimologías de las palabras y, especialmente, de idiomas que no son el propio. El hospital es un sitio raro a esa hora o a toda hora, no sé, pero quizás estaba más consciente de eso en ese momento. Le tenía la mano agarrada, él me la apretaba cada vez que tenía un episodio. Aproveché esos días para memorizar cada parte de su cuerpo, cosa que hacía cuando era chiquita. Los olores también me quedaron, a pesar de que vivo congestionada, el olor a hospital no me abandonó en un tiempo. No estoy segura de que él entendiera lo que le estaba pasando. Sí lloró un día, que, al parecer me escuchó. Quizás también haya querido decir algo cuando cerraba con dificultad la boca y emitía un murmullo. No sé. Por mucho tiempo sentí que no se había ido (lo cual es extraño, volver un poco a la creencia del "me mira desde arriba" queriendo avanzar un paso hacia el budismo, definitivamente no se terminó cuando dejó de respirar por una serie de cuestiones que sucedieron después y sobre las cuales no me explayaré, cuestiones que no puedo atribuir a azar o suerte). Lo único que pienso hoy, que me hizo llorar, mientras armaba la clase, fue en ese helado que rechacé, que dije "que se lo meta en el culo" porque habíamos estado peleando. Me gustaría volver atrás, decirle: "está todo bien, hacé lo que quieras", como a los nenes. Tomarme el helado con él, darle un beso de despedida "Chau, chau hija", mientras se quedaba dormido, con el tele a todo volumen en el sillón del quincho.

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